The art of deceiving

Imagen: yo sosteniendo a Luna haciéndose la muerta. Luna es la perra de mi prima. O sea, le pertenece a mi prima, cuyo puño (el de mi prima) se aprecia en la esquina inferior izquierda (la de la foto).

La imagen es alusiva al tema llamado El arte de engañar. Que por qué me viene esto a la mente? sepa la chingada, nomás se me ocurrió. Y es que creo que es una habilidad que todos debemos aprender en la vida, así como nos dan clases de gramática y de educación física, también deberían darnos Métodos y técnicas del engaño 1 y 2, junto con Álgebra y Etimologías.

Es bien sabido que la naturaleza dota a muchas de sus criaturitas con interesantes capacidades de camuflaje: ahí tenemos al camaleón, al oso polar y a la cebra, a la perdiz y a la lombriz (bueno no sé que tanto se camuflajeen estos bichos pero rimaba chido). Hay seres que fingen su propia muerte, otros tantos que simulan ser ramas, como esos insectos que de verdad parecen palitos, hay quienes se ocultan en su caparazón, y otros tantos que nada más se hacen pendejos hibernando un buen rato, pero el punto es éste: todos tienen algo que ocultar, alguna estrategia, un arma para disfrazarse y sacar provecho de ello; a qué animal le interesa ser 100% sincero? Con sinceridad a la cebra se la comen, a la pantera la ven si sale a cazar de día, y al oso polar lo cachan si no se tapa su negra nariz con algo de nieve.

Entonces, volvamos al género humano, ese desvalido simio sin pelos que hemos tenido a bien llamar hombre. Engañar le es necesario para su supervivencia, por lo que eventualmente aprende a hacerlo, algunos más temprano que otros. La cuestión es que, a falta de instinto, el ser humano se inventa algo que llamó moral. Ética cuando se habla de la ciencia, de grupos. Y empieza a hacer divisiones, categorías, ah cómo nos encanta: engañar está bien cuando ésto, está mal cuando aquello, es aceptable así, inaceptable asá. Y hay que seguir esas normas impuestas, de lo contrario, se está fuera del sistema. Entonces vivimos en una sociedad que aprecia el valor de la verdad por sobre todo, pero la pisotea y la prostituye a cada rato, o sea, no hay coherencia. Castigamos a los niños por mentir, pero vivimos rodeados de mitómanos sin límite, chismosos profesionales, y disfrutamos sus inventos. Leemos libros de ficción, amamos el cine y sus engaños magistrales, es decir, profesamos el culto a la mentira. Ah pero no les enseñamos a nuestros jóvenes a mentir bien, con elegancia, a defenderse, ah no, porque cómo, qué horror. Nah, que lo aprendan solos, a los madrazos y con las reprobadas que te ponen a cada rato, ahí sí con brutal honestidad, nuestros maestros de paciencia: nuestros semejantes, los afectos, es decir, los a veces no tan afectuosos seres con los que convivimos.

Yo creo que para quienes somos de lento aprendizaje unos cursitos de engaño profesional no nos habrían venido nada mal, de ese del fino, del que nadie se da cuenta que trae toda una técnica detrás, y que tanta gente es capaz de manejar (en especial las hembras, debo reconocerlo) como si hubieran nacido sabiéndolo. Pero bueno ya es tarde para lamentarse, en todo caso habrá que aprovechar eso que dicen de que en la escuela de la vida se aprende más que en cualquier aula...